¿Por qué fumamos cuando sabemos
que es una de las principales causa de cáncer? ¿Qué lleva a la gente a
practicar relaciones sexuales sin protección aún sabiendo la posibilidad de
embarazo o ETS? ¿Cómo se explica que a día de hoy se sigan produciendo tantos
accidentes de tráfico pese a que existan medidas preventivas de información y
control? La correcta respuesta
comportaría una explicación extensa en la que se desgranasen los múltiples factores que intervienen en la psicología
humana, y que llevan a las personas a asumir todo tipo de riesgos. Sin embargo,
existe un mínimo común denominador aplicable a éstas y otras cuestiones con idéntica raíz, es la llamada Invulnerabilidad Cognitiva.
En psicología se conoce así a una
de las distorsiones cognitivas que se dan a la hora de procesar la información
que nos rodea. Ésta no es otra cosa que lo que conocemos coloquialmente como el
“a mi eso no me pasa”, es decir, la falsa creencia de que somos invulnerables a
los riesgos del mundo, la tendencia a percibir que se tienen menos
probabilidades, que el resto, a que ocurran acontecimientos negativos. El
efecto de este sesgo puede ser potenciado o disminuido según la personalidad,
experiencia o circunstancias concretas de la persona. Tanto el estado de
consciencia como la capacidad de autoestima son fundamentales a la hora de
alimentar o retraer la distorsión. Cuanto más consciente se es de la realidad y
de los riesgos que se asumen con cada acto, menor es el sentimiento de
invulnerabilidad. Igualmente la visión que tengamos de nosotros mismos, y como
nos valoremos, hará que seamos más propensos a incurrir en riesgos, o por el
contrario, que tendamos a evitarlos. Además es básico analizar el tipo de
beneficio que se obtiene como contraprestación del riesgo. Por ejemplo, el
intento de concienciar mediante advertencias en las cajetillas sobre el peligro
de cáncer, que el tabaco provoca a largo plazo, nada tiene que hacer con la
satisfacción instantánea, adictiva y placentera que da fumar un cigarrillo
después de las comidas. La misma ineficacia que tienen las advertencias medioambientales
para las grandes empresas que, con tal de hacer dinero, poco les importa la
contaminación que emitan. Aunque en éste último ejemplo el problema de base es
que sale más barato pagar la multa, si un día se lía parda, que producir sin
contaminar.
Este sesgo optimista de las
personas a la hora de valorar si exponerse a un riesgo nos interesa como
criminólogos. Principalmente porque explica una pequeña parte de la conducta
humana y nos da claves en nuestro terreno de estudio y análisis. Encontramos
esta distorsión en los llamados delitos de riesgo y es un factor que forma
parte de la explicación del delito, pero también interesa desde el análisis de
las medidas preventivas que se tomen. Un ejemplo claro sobre esto último es la
evolución que han sufrido las explícitas y agresivas advertencias por parte de
la DGT. A fin de intentar poner en consciencia al conductor no se limita a
emitir anuncios en televisión. Éstos simplemente conciencian en el sofá pero,
una vez se está al volante, la distorsión hace apretar el acelerador, no parar a
descansar, o no privarse de la cerveza en el área de servicio. Por ello se optó
por advertir mediante anuncios en plena carretera o directamente vetar la
compra de alcohol o el límite de velocidad. Además, sabiendo que este tipo de
distorsiones son difíciles de tratar de un modo general, no es extraño que las
campañas vayan dirigidas a personas cercanas al conductor para que sean ellos
los que actúen como control informal.
Sin embargo parece que la eficacia solo será posible cuando los
automóviles se vuelvan tan tecnológicamente inteligentes que sean capaces de
controlar los errores humanos: Coches que no dejen conducirlos si no se supera
un test de alcoholemia, o que frenen al detectar otro coche a poca distancia.
La seguridad vial y el resto de referencias casuísticas tan solo son
unos pocos ejemplos entre los muchos que interviene esta distorsión y de la que
nadie se libra. Así que reto al lector a detectar en su día a día ejemplos tales
como cuando no se apaga el móvil en el avión por pereza, cuando decidimos
prescindir del cinturón o casco por comodidad o cuando vemos que el director de
una discoteca no toma las medidas de seguridad apropiadas para ahorrarse los
miles de euros que valen. En cada caso el razonamiento del infractor acaba conteniendo ese factor de invulnerabilidad. Y ahora, que conoces de que se trata, ¿cuántos eres capaz de ver?
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